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Mostrando entradas de enero, 2022

POEMA

  POEMA #3: VOX CLAMANS Autor: Ernesto Noboa y Caamaño Oigo en la sombra, a veces, una voz que me advierte: Poeta, entre tus ruinas, yérguete vencedor: deja la flauta débil de tu canción inerte, y alza el himno a la vida, al orgullo, al vigor. Acalla tu secreto, sé fuerte con la muerte, Y oigo otra voz que clama: fuerte como el amor. (En mi conciencia íntima no sé cuál es más fuerte, si el gesto de la vida o el gesto destructor). De súbito, en tumulto, cual luminosas teas, en el cerebro atónito se encienden las ideas, mas, cuando de su foco, como de ardiente pira, va a levantar las notas del vigoroso canto, como una flauta débil el corazón suspira; y la canción se trueca por un raudal de llanto.

Poema: Boletín y elegía de las mitas

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  Poema “Boletín y elegía a las mitas” (Completo): INDIO Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña, Andrés Chabla, Isidro Guamacela, Pablo Pumacuri, Marcos Lema, Gaspar Tomayco, Sebastián Caxicondor. Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal, Tanlagua, Nieblí. Sí, mucho agonicé en Chisingue, Naxiche, Gambayna, Poalé, Cotopilaló. Sudor de sangre tuve en Caxají, Quinchirana, en Cicapla, Licto y Conrogal. Padecí todo el Cristo de mi raza en Tixán en Saucay, en Molleturo, en Cojitambo, en Tovavela y Zhoray. Añadí así más blancura y dolor a la cruz que trajeron mis verdugos. A mí tam. A José Vacacela tam. A Lucas Chaca tam. A Roque Caxicondor tam. En plaza Pomasqui y en rueda de otros natuales nos trasquilaron hasta el frío la cabeza. Oh, Pachacámac, Señor del Universo, nunca sentimos más helada tu sonrisa, y al páramo subimos desnudos de cabeza, a coronarnos, llorando con tu Sol. A Melchor Pumaluisa, hijo de Guápulo, en medio patio de hacienda, con cuchillo de abrir chanchos, le corta

POESIA DEL SIGLO XX

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POEMA BOLETIN Y ELEGIAS DE LAS MITAS                                                         CESAR DAVILA ANDRADE Nací en el siglo de la defunción de la rosa cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles. Quito veía andar la última diligencia y a su paso corrían en buen orden los árboles, las cercas y las casas de las nuevas parroquias, en el umbral del campo donde las lentas vacas rumiaban el silencio y el viento espoleaba sus ligeros caballos. Mi madre, revestida de poniente, guardó su juventud en una honda guitarra y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos envuelta entre la música, la luz y las palabras. Yo amaba la hidrografía de la lluvia, las amarillas pulgas del manzano y los sapos que hacían sonar dos o tres veces su gordo cascabel de palo. Sin cesar maniobraba la gran vela del aire. Era la cordillera un litoral del cielo. La tempestad venía, y al batir del tambor cargaban sus mojados regimientos; mas, luego el sol con sus patrullas de oro restauraba la paz agraria y tr